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EL NACIONALISMO MUSICAL


A lo largo del siglo XIX, Europa vivió un agitado periodo nacionalista en el que muchos pueblos defendieron el derecho a su autonomía, amparándose en la lengua o en razones de tipo histórico. Este movimiento político nacionalista se hizo patente con la independencia de Grecia y Bélgica y las unificaciones de Alemania e Italia.

Este fenómeno tuvo repercusión también en el campo de la música, donde se desencadenó un movimiento que volvió su mirada hacia la tradición y buscó materiales musicales en el folclore de cada territorio. El Nacionalismo tuvo importancia en países que habían estado sometidos a gustos musicales extranjeros, como Rusia, Bohemia, los Países Escandinavos, Hungría o España entre otros. Los compositores de estas naciones reivindican la música popular de sus patrias y sienten el afán de enseñarla al mundo como algo propio.

Muchos de los compositores románticos anteriores ya utilizan o se inspiran en fuentes propias de su folclore; es el caso de Chopin con sus polonesas y mazurcas, o de Liszt con sus rapsodias húngaras. Sin embargo, es a partir de las revoluciones europeas de 1948 cuando se desarrollan plenamente los nacionalismos, en los que cada país busca resaltar su identidad rescatando su tradición cultural y folclórica.

Este movimiento se caracteriza además por:

Elección de temas nacionales para óperas y poemas sinfónicos.

Interés por el folclore y las tradiciones de cada país, lo que conduce a la recopilación, estudio y clasificación de canciones populares. Nace así la etnomusicología.

Aparición de estilos nuevos al añadir al lenguaje musical romántico elementos melódicos, rítmicos y estructurales propios de las tradiciones locales. Con frecuencia se introducen melodías folclóricas en las composiciones.


El nacionalismo musical sirve de puente entre el siglo XIX y el XX, ya que en muchos países se prolonga conviviendo con otros movimientos musicales contemporáneos.

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